El exrector Benjamín Scharifker reflexiona sobre ese debate necesario que se ha ido postergando en la comunidad académica sobre el modelo de financiamiento que revela parte de una crisis sin precedentes en la universidad venezolana y una de las razones por las cuales las instituciones están «muriendo de mengua»
Buena parte de la vida de Benjamín Scharifker ha transcurrido entre aulas y la academia. Es un hombre de universidad y para la universidad. Con la experiencia de dos rectorías bajo su cargo, primero de su alma mater, la Universidad Simón Bolívar (USB) entre el año 2005 y 2009; y luego de la Universidad Metropolitana (Unimet) desde 2011 hasta septiembre de 2021, Scharifker ha adquirido la experiencia suficiente para cuestionar ambos modelos: el subsidio del Estado a las universidades autónomas o dejar que recaiga sobre la matrícula estudiantil el costo que implica la operatividad de las privadas.
«El modelo de Venezuela desde 1958 es que las universidades autónomas son financiadas por el Estado a través del presupuesto fiscal. Pero la pregunta es si el Estado tiene capacidad de financiar la universidad y que a la vez pueda ser autónoma. La otra pregunta es si la privada solo se podría financiar con la matrícula y que sea sostenible. La buena educación es necesariamente costosa».
El costo y el valor son dos conceptos claves para entender el asunto. «El negocio de la universidad es el conocimiento, pero no se valora como producto.
Lo reflejan los pensum académicos que son para generar buenos empleados pero no personas innovadoras», apunta Scharifker.
—¿Y entonces cómo hacemos que la universidad sea sostenible?
—En las mejores universidades del mundo el grueso de su presupuesto no viene del ingreso fiscal ni de la matrícula, viene de proyectos que esas universidades realizan para industrias, proyectos privados o para el mismo Estado porque se integran a las necesidades sociales y eso solo se logra si dejamos atrás el modelo social rentista, un modelo basado en aprovechar recursos que se van a extinguir como el recurso minero y petrolero.
Los ejemplos con los que Scharifker ilustra el asunto revelan que la revisión del modelo no solo es necesario en la educación superior: implica una revisión profunda de la sociedad venezolana.
«En Venezuela, los recursos no provienen del esfuerzo intelectual de las personas ni de la innovación o la creación sino de los recursos mineros ¿Cuáles son las empresas más grandes del mundo? Google, Amazon, Tesla, empresas que no tienen nada que ver con la explotación de recursos sino con el desarrollo de innovación. Ya no vivimos en un momento donde la explotación de la tierra marca el desarrollo. Esos momentos en la historia ya pasaron y si no entramos en la era del conocimiento nos quedaremos cada vez más atrasados».
—Va más allá de un tema de asignación de presupuesto…
—Los universitarios no hemos hecho estas reflexiones y debemos hacerlo. Las universidades venezolanas son insostenibles porque están esperando que les llegue el ingreso fiscal en un país quebrado que no tiene aparato productivo ¿Cómo podemos hacer eso si somos una sociedad profundamente feudal en la cual el poder aún está en muy pocas manos?
Scharifker cuestiona no solo la falta de debate sobre el modelo de financiamiento que está moviendo cimientos en el resto del mundo, también observa que esta crisis solo ha profundizado brechas sociales que han hecho a las universidades aún más vulnerables a una política gubernamental de desgaste y desmantelamiento sistemático durante los últimos 20 años.
«Lo que estamos viendo son instituciones tomadas, pero no para ponerlas al servicio de la gente sino al servicio de un proyecto político. Convertirlas en apéndices de un proyecto político. Esa es la muerte por mengua de la universidad venezolana».
—¿Estamos perdiendo la posibilidad de que la universidad sea un camino de ascenso social?
—Estas brechas solo se van a salvar si realmente se persigue la excelencia. Pero hemos perdido ese camino porque la universidad perdió el mecanismo de ingreso. Se ha privilegiado la igualdad pero disminuyendo los estándares: se quiere nivelar pero hacia abajo. Y eso es un falso dilema, porque podemos tener justicia social y también perseguir la excelencia.
Su preocupación apunta por igual a la gestión de las universidades privadas porque explica que ningún modelo será sostenible si limita el costo de la educación solo sobre aquellos estudiantes que pueden costearla.
El exrector de la USB pone como ejemplo los programas de formación y nivelación que crearon las autónomas (Samuel Robinson-UCV, Programa de Igualdad de Oportunidades (PIO)-USB, por mencionar dos) para garantizar mayor posibilidad de ingreso a diversos estudiantes.
«Hay que generar las oportunidades, independientemente del origen, porque lo que realmente importa es lo que tenemos en la cabeza. Ante la realidad de que cada vez menos estudiantes de liceos públicos llegaban como nuevos ingresos, la USB creó programas de formación y se iba hasta los liceos para perseguir ese propósito. Pero lo que ocurre es que en Venezuela no se privilegia el conocimiento y eso nos está destruyendo».